Me defino agnóstico y anticlerical. Lo primero, porque no soy lo suficiente sabio para estar seguro de que exista o no exista Dios. Lo segundo, porque, respetuoso con cualquier creencia -desde las mayoritarias tradicionales a otras más antiguas- pienso que los peores enemigos de las religiones son aquellos que "las representan" y "dirigen" terrenalmente. Pero eso no quiere decir nada frente al fuerte peso de haber sido educado desde niño en un ambiente católico, apostólico y romano. Sin embargo, la madurez ha ido posesionándose de la razón. Y me pregunto, ¿No sería, además del terrorismo ideólogico clerical, el fausto escénico de la iglesia católica el que nos atrapaba? Reconozco que las "semanas santas" de antes me fascinaban. El profundo olor a incienso, a pétalos, las imágenes -algunas realmente bellas, obra de magníficos artístas-, el cubrimiento de algunas de ellas con mantos violetas, la teatralidad de la obra escénica más antigua y representada del mundo -la misa-, la sonoridad de su texto en latín, las procesiones de impecable puesta en escena con las mejores galas, etc... Pero, mientras ha ido reduciéndose el fervor, lo ha ido haciendo la espectacularidad (¿o es lo contrario?). Ayer, me acerqué a la plaza de Cairasco a contemplar la procesión de este año, y la decepción ha sido más patente. Todo muy pobre, pero no por la tan cacareada crisis económica, sino de espíritu. Curia local, políticos, militares, bandas de música, señoras de peineta y señores de chaqué, me parecieron el más patético desfile para lo que se supone, se tenía que celebrar con recogimiento. Si eso es la manifestación externa de una de las celebraciones más importantes de la religión católica, es comprensible su situación actual. Hasta eso, han vuelto prosaico y aburrido, por rutinario.