CARTA AL PRIMER MINISTRO DE PORTUGAL
por Eugénio Lisboa (Asociación 25 de Abril), El Lunes,
10 de septiembre de 2012
Excmo. Señor Primer Ministro
Dudé mucho
en dirigirle estas palabras que no dan más que una pálida idea de la ola de
indignación que barre el país, de norte a sur y de este a oeste. Además, no es
mi costumbre ni vocación escribir cosas de cariz político, inclinándome más por
la temática cultural. Pero hay momentos en que, igual que vamos al encuentro de la política, ella viene
irresistiblemente a nuestro encuentro. Entonces, no hay que huirle.
Para ser
enteramente franco, le escribo, no solo por creer que no va a tener en V. Excma.
ningún efecto —todo su comportamiento, en este primer año de gobierno, traicionando,
sin escrúpulos, todas las promesas hechas en campaña electoral, no convida a la
esperanza en un cambio de postura— antes bien, para quedar a bien con mi conciencia. Tengo 82 años y poco me quedará
de vida, lo que significa que, a mí, ya poco mal podrá infligir V. Excma. Y el que
me inflija será siempre de corta duración. Es aquello que acostumbro llamar “las
ventajas del túmulo” o, si prefiere, el valor que da la proximidad del túmulo.
Tanto el que me dé como el que me tire será siempre de corta duración. No será,
pues, de mi que hablo, cuando use, en la frase, el “odioso yo”, a que aludía
Pascal.
Pero tengo,
como dije, 82 años y, por tanto, una larga y bien vivida experiencia de la vejez —la mía y la de mis amigos y familiares.
La vejez es un poco — o es mucho – la
experiencia de una continua e ininterrumpida pérdida de poderes. “Desistir es la
última tragedia”, dijo un escritor poco conocido. Desistir es aquello que van
haciendo, sin cesar, los que envejecen. Desistir, palabra horrible. Estamos en
verano, momento en que escribo esto, y me vienen las palabras tremendas de un
gran poeta inglés del siglo XX (Eliot): “Un viejo, en un mes de sequía”... La
vejez, arrugándose, en medio de la desolación y la sequía. Es para esto que
servimos los poetas: para encontrar, en pocas palabras, la medalla eficaz y
definitiva para una situación, una visión, una emoción o una idea.
La vejez,
Señor Primer Ministro, es, con las molestias que arrastra — las físicas, las
emotivas y las morales — un período bien difícil de atravesar. Ya alguien la
definió como el departamento de los dolidos externos del Purgatorio. Y una gran
cuentista de Nueva Zelanda, que respondía al nombre de Katherine Mansfield, con
la acertada sensibilidad y sabiduría de la vida, de la que V. Excma. y su gobierno parece carecer, observó, en uno de
los cuentos singulares de su bellísimo libro intitulado The Garden Party: “El viejo
Sr. Neave se creía demasiado viejo para la primavera”. Ser viejo es también
esto: creernos que la primavera ya no es para nosotros, que no tenemos derecho
a ella, que estamos además, dentro de la... Ya fue nuestra, ya, en cierto modo,
nos definió. Hoy, no. Hoy, sentimos que ya no interesamos, que, hasta, incomodamos.
Todo el discurso político de V. Excmas. los del gobierno, todas vuestras
decisiones apuntan en la misma dirección: mandarnos a la cima de la montaña, envueltos
en una vieja manta, a la espera de que la bestia mítica (o el frío) venga a
matarnos. Quitarnos todo, el confort, el derecho de no sentirnos, no digo
amados (sería mucho), pero, de algún modo, útiles: siempre tenemos una pizca de
sabiduría casera que propiciar a los más irreflexivos e impulsivos de la nueva
casta que nos asola. Mas no. Personas, como yo, estuvimos, hasta después de los
65 años, sin gastar un duro del Estado, con salud o con falta de ella. Siempre,
en tanto, descontando una parte importante de su salario, para una ADSE (1),
que tal vez nos fuese útil, en un período de necesidad, que se fue antojando
distante. Llegado, ya tarde el momento de alguna necesidad, todo nos es
retirado, sin una atención, pequeña que fuese, al contrato anteriormente
firmado. Es cuando más lo necesitamos para luchar contra la enfermedad, contra el
dolor y contra el aislamiento gradualmente creciente, que nos constituimos en blanco
favorito del tiroteo fiscal: subsidios (que no pasan de una forma de disfrazar la
precariedad salarial), co-participaciones en los costos de la salud,
actualizaciones salariales — todo tirado por la borda. Incluyendo, también, ese
papel embarazoso que es la Constitución, particularmente odiada por estos nuevos
lanzadores de piedras sobre ella. Lo que es preciso es salvar a los ricos, a los
bancos, que disfrutan con los poderosos de nuestro dinero y a las empresas de
tiburones, que se enriquecen sin arriesgar un pelo, en simbiosis siniestra con
un Estado que da lo que no es de él y paga lo que dice no tener, para que ellos
se enriquezcan más, pasando a usufructuar lo que también no es de ellos, porque
es nuestro.
Ya alguien,
aludiendo a la misma falta de sensibilidad de que V. Excma. da pruebas, en relación
a la vejez y a sus poderes decrecientes y mal apoyados, sugirió, con humor despiadado,
que se mandasen a los viejos y a los jubilados para asilos desguarnecidos, situados,
preferentemente, en pisos altos de edificios muy altos: Desde un 14º piso,
explicaba, la desolación que se contempla hasta pasa por paisaje. V. Excma. y los
de su gobierno exhiben una sensibilidad muy parecida, incluso más en este sentido.
V. Excmas. transforman la vejez en un crimen punible en gran medida. Las
políticas radicales de V. Excma, y de su robótico Ministro de las Finanzas — sí,
porque la Troika informó que las políticas son vuestras y no de ellos... — han llevado
a esto: a una total anestesia de los colectivos sociales o simplemente humanos,
que caracteriza a aquellos grandes políticos y estadistas que la Historia no
confina a míseras notas de pié de página.
Hablé de la vejez porque es el tema
que, de momento, tengo más a mano. Pero el sufrimiento devastador, que el
fundamentalismo ideológico de V. Excma. está desencadenando por todo el país,
afecta mucho más que a la población de los viejos y jubilados. Jóvenes sin
empleo y sin futuro a la vista, hombres y mujeres de todas las edades y de
todos los caminos de la vida — todo es quemado en el altar ideológico donde
arde la llama de un dogma ciego a la fría realidad de los hechos y resultados.
Decía Joan Ruddock no creer que radicalismo y buen sentido fuesen incompatibles.
V. Excma. y su gobierno prueban que lo son: no hay forma de que convivan pacíficamente.
En esto, estoy muy de acuerdo con la sensatez del antiguo ministro conservador
inglés, Francis Pym, que tuvo la osadía de avisar a la Primera Ministra
Margaret Thatcher (una exponente del extremismo neoliberal), en estos términos:
“Extremismo y conservadurismo son términos contradictorios”. Pym pagó, es obvio,
la factura: si la memoria no me engaña, fue el primer miembro del primer gobierno
de Thatcher en ser despedido, sin poder de reclamación ni agravio. La “conservadora”
Margaret Thatcher — como el “conservador” Passos Coelho — quiso mezclar agua
con aceite, esto es, conservadurismo y extremismo.
Alguien observaba que los
americanos se quedaban muy admirados cuando se sabían odiados. Es posible que, en
el gobierno y en el partido que V. Excma.
preside, la mayor parte de sus integrantes no perciba bien (o, percibiéndose, no
comprenda), y este labrando en el país, un gran incendio de resentimiento y odio.
Daré a V. Excma. — y con esto termino — una pista para un buen entendimiento de
lo que está pasando. Atribúyase al Papa Gregorio VII estas palabras: “Yo amé la
justicia y odié la iniquidad: por eso, muero en el exilio.” Una gran parte de
la población portuguesa, hoy, se siente exilada en su propio país, por el delito
de pedir más justicia y más equidad. Tanto una como otra se hacen, cada día,
más invisibles. Hay en esto, es obvio, un peligro.
De V. Excma. atentamente,
Eugénio Lisboa (*)
(1) Sistema de Salud
de los funcionarios.
(*) El autor fue presidente de la
Comisión Nacional de la UNESCO / Consejero Cultural de la embajada de Portugal
en Londres entre 1978-1995 / profesor catedrático invitado de la Universidad de
Aveiro / y coordinador de enseñanza de la lengua portuguesa en Suecia. Es
Doctor Honoris Causa por las Universidades de Nottingham y Aveiro. El Ayuntamiento
de Cascais le ha otorgado la medalla del Mérito Cultural. En Mozambique fue
sucesivamente administrador y director de las petrolíferas SONAPMOC, SONAREP y
TOTAL.