Anoche tuve un sueño. Soñé, que después de la masiva protesta en toda España en la calle contra su gobierno, Mariano Rajoy, impulsado por un repentino atisbo de rubor y dignidad personal y política, dimitía. Soñé, que el rey Juan Carlos, incapaz como Jefe de Estado de evitar la inminente ruina de España, impulsado por un atisbo de honor, abdicaba. Soñé, que Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal española, como representante del Papa, jefe de la iglesia católica, arrepentido de su ominoso silencio ante la injusticia social, impulsado por inesperado piadoso gesto de moral cristiana, decidía irse después de devolver al Estado los miles de millones de euros que les regala el gobierno. Soñé, que los bancos, en un impulso de inacostumbrada e histórica vergüenza propia, decidía devolver a sus dueños, las casas hipotecadas y el 50 % de sus usureros interes, además de renunciar a los casi 100.000 millones del préstamo europeo, para destinarlos a rescatar el reflote de las empresas, el empleo y los servicios públicos esenciales sanitarios, educativos y culturales.
Pero no. Todo fue un espejismo que me hizo despertar a la cruda realidad de que nadie vinculado al poder en este país, está dispuesto a irse cuando las cosas no funcionan, ni a dejar de ganar dinerales cuando la mayoría de la población sufre deseperadamente. Ni siquiera tienen el rubor de irse, cuando viven y muy bien a costa del dinero de la mayoría de los españoles que trabajan en condiciones cada vez más precarias -lo que trabajan- o se hunden en la ruina económica y moral, los que no. Esto no es democracia. Es el uso torticero de un derecho humano universal en beneficio de unos pocos. Es la vergüenza de un país sin orgullo nacional, arrodillado gracias a sus dirigentes ante la avaricia del capital financiero. Este gobierno es un gobierno títere de la troika europea, no es un gobierno de un país que sigue los designios de los ciudadanos de ese país que lo eligió en unas urnas. En vez de solucionar los problemas de esos ciudadanos al margen de ideologías, se limita a ser lacayo de intereses extranacionales. Hay que hacer y cumplir lo que dice Bruselas, se jacta el ministro de Hacienda en un intento de justificar lo injustificable. Y Rajoy, se esconde. Evita dar la cara ante los españoles. Ni siquiera va al congreso a defender sus decisiones. Sólo acude, como ayer, a votar esas catastróficas decisiones que están llevando España a la bancarrota ante la connivencia de los demás poderes, fácticos o no. Esta Europa en que nos metieron por la puerta de atrás con prisas ha sido una mala apuesta para España, como lo fue una transición política condicionada, de la que vienen estos lodos. Lo que pudo ser una acertada opción, nos ha ido arrinconando por la carencia de orgullo nacional de la casta política, proclive a agachar la cabeza a cambio de unas migajas. Primero nos engañaron para entrar en la OTAN. Luego con la entrada en el ámbito del euro, se nos convirtió de motu propio en europeos de tercera, en PIGS, esa acrónimo tan del gusto de la City económica británica para designar a los ciudadanos del sur de Europa (Portugueses, Italians, Greeks, Spaniards), que corresponde igualmente a la palabra inglesa que significa "cerdos". Un presidente nos metió en una guerra (Irak) por servilismo al imperio yanqui, otro nos sacó de una y nos metió en otra (Afganistán) para seguir sirviendo a otros interes espúreos, de la que un tercer presidente no nos ha sacado. ¿Cuánto dinero nos ha costado y sigue costando eso? ¿Es eso sostenible y los servicios públicos básicos no? Ahora seguir perteneciendo a Europa nos esclaviza y sus orondos dirigentes nos marginan y encima nos culpan de todos los males de Europa. Parecía tan sólo hace unos días que a los ciudadanos de este país -para satisfacción del poder- sólo les interesaba el triunfo de unos señores en calzoncillos corriendo detrás de una pelota dándole patadas, frente a aquellos que pelean por investigar como cientificos, enseñar como maestros o profesores, curar como médicos, construir como arquitectos o ingenieros, crear como artistas o simplemente ser los mejores en sus respectivas ámbitos, y son obligados por ese mismo poder, a no hacerlo por falta de medios o a emigrar. Sin embargo, el hartazgo ciudadano ha llegado al límite y ha salido a la calle, único lugar que nos queda por ahora para la expresión libre, dado el adocenamiento de los medios de comunicación y los parlamentos. Ha salido a la calle y ha dicho ¡Basta! Como decía ayer la pancarta de un ciudadano, "No tengo fuerzas para rendirme". Esa debe ser la consigna que nos anime a cabalgar hasta enterrarlos en el mar, como dijo el poeta en otos tiempos igual de sombríos.