“Existen en Portugal cuatro partidos políticos: el partido histórico, el regenerador, el reformista y el constituyente. Aun hay otros, casi anónimos, conocidos apenas por algunas familias. Los cuatro partidos oficiales, con periódico propio y puerta a la calle, viven en un perpetuo antagonismo, irreconciliables, batiéndose ardientemente unos contra otros desde dentro de sus artículos de fondo. Se ha intentado alguna vez una pacificación, la unión entre estos partidos. ¡Imposible! Ellos sólo poseen de común el lodo del Chiado, que todos pisan, y la Arcada, que a todos cubre. ¿Cuáles son las irritadas divergencias de principios que los separan? Veamos:
El partido regenerador es constitucional, monárquico, íntimamente monárquico, y recuerda en sus periódicos la necesidad de la economía.
El partido histórico es constitucional, inmensamente monárquico, y demuestra irrefutablemente la urgencia de la economía.
El partido constituyente es constitucional, monárquico, y presta gran atención a los problemas de la economía.
El partido reformista es monárquico y constitucional y paladín de la economía.
Los cuatro son católicos.
Los cuatro son centralizadores.
Los cuatro tienen el mismo afecto al orden.
Los cuatro quieren el progreso y citan a Bélgica.
Los cuatro estiman la libertad.
¿Cuáles son entonces sus divergencias? Son profundísimas. La idea de la libertad, por ejemplo, la entienden de diversos modos. El partido histórico dice gravemente que es necesario respetar las Libertades Públicas. El partido regenerador niega esto con una resuelta discrepancia, y pasa a probar con abundancia de argumentos que lo que se debe respetar son… las Públicas Libertades.
La conflagración es manifiesta.
En la acción gubernamental las discusiones son perpetuas. Así, el partido histórico propone un impuesto. Porque no hay remedio: es necesario pagar la religión, el ejército, la centralización, la lista civil, la diplomacia… Propone un impuesto.
“Caminamos hacia la ruina -exclama el presidente del Consejo-. El déficit crece. El país está empobrecido. La única manera de salvarnos es el impuesto que tenemos la honra de, etc.”
Pero entonces el partido regenerador, que está en la oposición, brama desesperadamente y se congrega en su Centro. Las caras relucen de sudor, los cabellos pintados se destiñen de agonía, y cada uno alarga el cuello en actitud de un hombre que ve desmoronarse a su patria.
- ¿Cómo? – exclaman todos-. ¿Más impuestos aún?
Y, entonces, contra el impuesto se escriben artículos, se elaboran discursos, se traman votaciones. Por toda Lisboa ruedan carruajes de alquiler llevando, a trescientos réis por carrera, enemigos del impuesto. Se prepara la zancadilla al ministerio histórico… Y, ¡zas!, cae el ministerio histórico.
Y al siguiente día, el partido regenerador, en el Poder, triunfante, ocupa los sillones de San Bento. Esta mudanza lo alteró todo: los fondos públicos descendieron más, las transacciones disminuyeron más, la moralidad pública se abatió más, la opinión se hizo más descreída…; pero, al fin, ha caído aquel ministerio desorganizador que había concebido el impuesto, y todo el mundo está esperanzado, confiando.
Se abre la sesión parlamentaria. El nuevo ministerio regenerador va a hablar.
Los señores taquígrafos preparan sus plumas veloces. El telégrafo vibra de impaciencia de comunicar a los gobernadores civiles y a los militares la regeneración de la patria.
Los señores correos de gabinete tienen sus corceles ensillados. Porque, al fin, el ministerio regenerador va a decir su programa, y todos los concurrentes a la Cámara se suenan con alegría y esperanza.
- Tiene la palabra el señor presidente del Consejo.
El nuevo presidente.- Un ministerio nefasto (¡Bravo, bravo!, exclama la mayoría que era histórica la víspera) cayó ante la reprobación del país entero. Porque, señores diputados, el país está desorganizado y es preciso restaurar el crédito. Y la única manera de salvarnos… (Murmullos. Voces: ¡Oigan, oigan!) Por esto me decido a pedir que sea sometido inmediatamente a discusión… (Atención ávida, que hace palpitar debajo de los fraques (4) el corazón de la mayoría), que sea sometido a discusión el impuesto que tenemos la honra, etc. (¡Bravo, bravo!)
Y en esa noche se reúne en su Centro el partido histórico, ayer en el ministerio y hoy en la oposición. Todos están lúgubres.
- Señores -dice el presidente con voz cavernosa-, el país está perdido. El ministerio regenerador, que aun ayer mismo ha subido al Poder, entra ya, doce horas después, por el camino de la anarquía y de la opresión, proponiendo un nuevo impuesto. Empleemos todas nuestras fuerzas en evitar al país esta última desgracia. ¡Guerra al impuesto!…
¡No! ¡No! ¡Con divergencias tan profundas es imposible la conciliación de los partidos!”
EÇA DE QUEIRÓS (*)
* Reconocido escritor del realismo portugués y uno de sus máximos representantes, abogado, reconocido periodista y diplomático (1845-1900) escribió este artículo en la revista As Farpas (1871-2), fundada con Ramalho Ortigâo en mayo de 1871, incluido luego en Uma campanha alegre (1891-2)
(1) Chiado es uno de los barrios más emblemáticos y tradiconales de Lisboa. El nombre –chirrido- parece venir del ruido de las ruedas de los carros que lo trasnsitaban. En el siglo XIX, se convirtió en centro del Romanticismo tras crearse allí el club del gremio literario. A ambos hizo amplia referencia Eça de Queiroz en su obra “Os Maias”. Empezó a decaer en la década de los 80 del pasado siglo y sufrió un pavoroso incendio en 1988 que lo destruyó, reconstruyéndose en los 90 según diseño del arquitecto Álvaro Siza Vieira.
(2) Réis es una deformación de la palabra portuguesa “reais”, plural de la moneda “real” que fue la moneda de Portugal desde de 1500 hasta 1911, en que tras la Revolución del año anterior fue sustituida por el escudo (igual 1.000 réis).
(3) Se refiere al Pálacio de São Bento, antiguo monasterio benedictino (Mosteiro de S. Bento da Saúde), un edificio de estilo neoclásico construido a finales del siglo XVI, sede del Parlamento Portugués en Lisboa desde la prohibición de las órdenes religiosas en 1834.
(4) Plural de frac, traje masculino cuya chaqueta llega a la cintura por delante, y acaba en dos faldones por atrás, que surge en el siglo XVIII y que a partir del XIX es sinónimo de traje de gala, y de uso entre los políticos