A finales del siglo XIX, lo habitual era trabajar de 4 de la madrugada hasta 8 de la tarde, unas 16 horas, por lo que el movimiento obrero empezó a reivindicar 8 horas para el trabajo, 8 horas para el sueño y 8 horas para la casa. En Chicago, se fijó el 1 de mayo de 1886 para una manifestación en tal sentido. La represión policial de que fue objeto llevó a una gran concentración tres días después en la plaza Haymarket de dicha ciudad, la segunda en importancia en Estados Unidos. Tras los mítines y cuando los miles de obreros en huelga se retiraban, una bomba provocadora alcanzó a varios de los 180 policías que “guardaban el orden”. Inmediatamente, ésta cargó causando muchos muertos y detenciones. La policía, la judicatura, los políticos y la prensa encontraron la excusa ideal para reprimir el movimiento anarquista y socialista que animaba las justas reivindicaciones obreras. Se montó la farsa de un juicio que a partir del 21 de junio de 1886 llevó al banquillo a 31 detenidos que finalmente se redujeron a 8 que fueron condenados a morir en la horca. Varios de ellos eran inmigrantes que habían viajado a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. También había periodistas, lo que demostraba, que en lugar de buscar y castigar al que lanzó la bomba, lo que se buscaba era descabezar el movimiento y dar un escarmiento a los periodistas que se atreviesen a contar la verdad. Estos mártires fueron George Engel, 50 años, tipógrafo, Adolf Fischer, 30 años, periodista, Albert Parsons, 39 años, periodista (aunque se probó que no estuvo presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente), Hessois Auguste Spies, 31 años, periodista, Louis Linng, 22 años, carpintero (para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda), Samuel Fielden, 39 años, pastor metodista y obrero textil, Oscar Neebe, 36 años, vendedor, Michael Swabb, 33 años, tipógrafo. Ante la campaña internacional en contra de la farsa, se conmutó la pena de muerte a los tres últimos, a quienes se condenaba a morir, a cambio en la cárcel, con cadena perpetua. El 11 de noviembre de 1887 se consumó la ejecución de los 5 primeros, de la que hizo un impactante relato José Martí, corresponsal entonces en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires (Argentina):
...salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...
El Crimen de Chicago costó la vida a muchos trabajadores y dirigentes sindicales; no existe un número exacto, pero fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados. La mayoría eran inmigrantes: italianos, españoles, alemanes, rusos, irlandeses, judíos, polacos y eslavos. Revisado el proceso en 1893, el juez Eberhardt estableció que los ahorcados no habían cometido ningún crimen y que “habían sido víctimas inocentes de un error judicial”. Schwab, Fielden y Neebe fueron puestos en libertad. Desde entonces, el primero de mayo se celebra en muchísimos países. Curiosamente en Estados Unidos no. Allí, la fiesta de los trabajadores o Labor day es el primer lunes de septiembre para evitar cualquier relación con la heroicidad de quienes con su gesto hicieron posible que hoy las 8 horas sea la más común jornada de trabajo. Que no se olvide, ni tampoco sus nombres.
...salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro... Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: "la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable...
El Crimen de Chicago costó la vida a muchos trabajadores y dirigentes sindicales; no existe un número exacto, pero fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados. La mayoría eran inmigrantes: italianos, españoles, alemanes, rusos, irlandeses, judíos, polacos y eslavos. Revisado el proceso en 1893, el juez Eberhardt estableció que los ahorcados no habían cometido ningún crimen y que “habían sido víctimas inocentes de un error judicial”. Schwab, Fielden y Neebe fueron puestos en libertad. Desde entonces, el primero de mayo se celebra en muchísimos países. Curiosamente en Estados Unidos no. Allí, la fiesta de los trabajadores o Labor day es el primer lunes de septiembre para evitar cualquier relación con la heroicidad de quienes con su gesto hicieron posible que hoy las 8 horas sea la más común jornada de trabajo. Que no se olvide, ni tampoco sus nombres.